Küsnacht, 5 de abril de 2006
Brigitte Jacobs
Es un honor para mi poder decir algunas palabras, en nombre de mis compañeros, en memoria de Hermann Strobel.
Estamos tristes y aún nos cuesta de asimilar que nuestro amigo y compañero nos haya dejado. A todos nos hubiese gustado que siguiera entre nosotros. Señor deja que se quede un poco más con nosotros. - Por favor.
Una oración así la habremos dicho todos nosotros en el fondo de nuestro corazón, de eso estoy seguro. Pero no debería ser así. El ser humano piensa y Dios manda. Ese secreto lo conocía Hermann Strobel. Eso lo sentían las personas que estaban a su alrededor. Él las ayudaba a aceptarlo, cómo él mismo lo había aceptado. Esto nos tiene que consolar.
Así nos despedimos de una persona bondadosa; con una personalidad impresionante, cuyo ser trasmitía una humanidad tan profunda, una libertad interna y una dignidad espontánea sin parecer arrogante.
Hermann Strobel era uno de los pocos que sabía aplicar la psicología junguiana, bien reflexionada, de una manera viva y comprometida sobre la base de sólidas experiencias de la vida: El compromiso, de ser humano y convertirse en humano. Él estaba completamente al servicio de esta tarea, dado a que él amaba a los seres humanos. Sus debilidades y sus virtudes le interesaban y le preocupaban. Él tenía la sensibilidad necesaria y el espíritu analítico penetrante para sus problemas cotidianos, pero también bastante sentido del humor para todo lo absurdo de la existencia humana. Con un certero conocimiento de la naturaleza humana, percibía él en el primer encuentro el núcleo de una personalidad y ayudaba a sacarlo de la cáscara y a traerlo a la luz. Su instrumento para ello eran unas dotes naturales para la interpretación de los sueños. A eso hay que añadirle sus amplios conocimientos de la medicina y de las ciencias humanistas y el raro bien, el de mantener en toda problemática de la vida la visión para lo banal. Hermann Strobel era uno de los pocos que conocieron personalmente a C.G. Jung. Él aprendió las reglas del gran arte en cierto modo en primera persona. Con ML v Franz y Barbara Hannah como guías no podía alguien como él equivocarse, a lo que al trato con la naturaleza humana se refiere. La realidad del alma no era ninguna teoría para él. Él la aprendió en los encuentros con sus grandes maestros y se convirtió él mismo en un vivo maestro en ello.
Nunca dejó que los principios o las reglas le ofuscaran, cuando se trataba de demostrar a una persona su potencial creativo y de explicarle que lo viviera. Por muy difícil que fuera y lleno de renuncias estuviera el camino – cuando el inconsciente lo pide, entonces hay que obedecer.
Para muchos de nosotros el difunto era un estimado maestro y un sabio acompañante en este camino a veces muy solitario. Cuidadosamente y con severidad - siempre con una pizca de humor guiaba tanto a los estudiantes como a los que buscaban ayuda por el complejo hilo del inconsciente. Con una paciencia infatigable se esforzaba para enseñarle a los sufridores la luz al final del Laberinto; se esforzaba para explicarles el sentido y la necesidad de una vida consciente y les ayudaba a asumir su propia responsabilidad. Animaba a todos, a darle un sitio al mundo interior secreto y a aspirar a lo más alto dentro de uno mismo: no te dejes confundir, se tú mismo, vive. Ese era su lema.
Hasta el último respiro se entregó por la psicología junguiana sin olvidar su lado sombrío. A menudo esto le preocupaba y asumió la responsabilidad de dejar a la libre elección cómo, donde y cuando deberíamos dejar a nuestro hermano sombrío solo en nuestro alto vuelo.
Lleno de comprensión por los temores del ser humano nos sacudía una y otra vez y nos recordaba los valores iniciales tal y como los había aprendido de sus maestros. No se echaba atrás a la hora de aportar su veto en distintos círculos e institutos junguianos. Él era para todos nosotros un compañero muy estimado que no se dejaba seducir por ningún partido. Nunca hubiese dejado en la estacada a un compañero. Siempre estaba dispuesto a escuchar por muy banal que fuera el problema.
Querido Hermann, también en nuestro círculo dejas un vacío muy difícil – pero en el corazón de todos seguirás teniendo en forma de gratitud tu propio lugar.
Para finalizar quisiera leer un dicho que me regaló en una ocasión el difunto y ahora mismo hemos escuchado en la impresionante oración de la Señora Riquet. Míos no son los años, que ma ha cogido el tiempo. Míos no son los años, que aún van a venir. El momento es mío y cuido de él, así que lo he hecho mío para el tiempo y la eternidad.
Brigitte Jacobs
Es un honor para mi poder decir algunas palabras, en nombre de mis compañeros, en memoria de Hermann Strobel.
Estamos tristes y aún nos cuesta de asimilar que nuestro amigo y compañero nos haya dejado. A todos nos hubiese gustado que siguiera entre nosotros. Señor deja que se quede un poco más con nosotros. - Por favor.
Una oración así la habremos dicho todos nosotros en el fondo de nuestro corazón, de eso estoy seguro. Pero no debería ser así. El ser humano piensa y Dios manda. Ese secreto lo conocía Hermann Strobel. Eso lo sentían las personas que estaban a su alrededor. Él las ayudaba a aceptarlo, cómo él mismo lo había aceptado. Esto nos tiene que consolar.
Así nos despedimos de una persona bondadosa; con una personalidad impresionante, cuyo ser trasmitía una humanidad tan profunda, una libertad interna y una dignidad espontánea sin parecer arrogante.
Hermann Strobel era uno de los pocos que sabía aplicar la psicología junguiana, bien reflexionada, de una manera viva y comprometida sobre la base de sólidas experiencias de la vida: El compromiso, de ser humano y convertirse en humano. Él estaba completamente al servicio de esta tarea, dado a que él amaba a los seres humanos. Sus debilidades y sus virtudes le interesaban y le preocupaban. Él tenía la sensibilidad necesaria y el espíritu analítico penetrante para sus problemas cotidianos, pero también bastante sentido del humor para todo lo absurdo de la existencia humana. Con un certero conocimiento de la naturaleza humana, percibía él en el primer encuentro el núcleo de una personalidad y ayudaba a sacarlo de la cáscara y a traerlo a la luz. Su instrumento para ello eran unas dotes naturales para la interpretación de los sueños. A eso hay que añadirle sus amplios conocimientos de la medicina y de las ciencias humanistas y el raro bien, el de mantener en toda problemática de la vida la visión para lo banal. Hermann Strobel era uno de los pocos que conocieron personalmente a C.G. Jung. Él aprendió las reglas del gran arte en cierto modo en primera persona. Con ML v Franz y Barbara Hannah como guías no podía alguien como él equivocarse, a lo que al trato con la naturaleza humana se refiere. La realidad del alma no era ninguna teoría para él. Él la aprendió en los encuentros con sus grandes maestros y se convirtió él mismo en un vivo maestro en ello.
Nunca dejó que los principios o las reglas le ofuscaran, cuando se trataba de demostrar a una persona su potencial creativo y de explicarle que lo viviera. Por muy difícil que fuera y lleno de renuncias estuviera el camino – cuando el inconsciente lo pide, entonces hay que obedecer.
Para muchos de nosotros el difunto era un estimado maestro y un sabio acompañante en este camino a veces muy solitario. Cuidadosamente y con severidad - siempre con una pizca de humor guiaba tanto a los estudiantes como a los que buscaban ayuda por el complejo hilo del inconsciente. Con una paciencia infatigable se esforzaba para enseñarle a los sufridores la luz al final del Laberinto; se esforzaba para explicarles el sentido y la necesidad de una vida consciente y les ayudaba a asumir su propia responsabilidad. Animaba a todos, a darle un sitio al mundo interior secreto y a aspirar a lo más alto dentro de uno mismo: no te dejes confundir, se tú mismo, vive. Ese era su lema.
Hasta el último respiro se entregó por la psicología junguiana sin olvidar su lado sombrío. A menudo esto le preocupaba y asumió la responsabilidad de dejar a la libre elección cómo, donde y cuando deberíamos dejar a nuestro hermano sombrío solo en nuestro alto vuelo.
Lleno de comprensión por los temores del ser humano nos sacudía una y otra vez y nos recordaba los valores iniciales tal y como los había aprendido de sus maestros. No se echaba atrás a la hora de aportar su veto en distintos círculos e institutos junguianos. Él era para todos nosotros un compañero muy estimado que no se dejaba seducir por ningún partido. Nunca hubiese dejado en la estacada a un compañero. Siempre estaba dispuesto a escuchar por muy banal que fuera el problema.
Querido Hermann, también en nuestro círculo dejas un vacío muy difícil – pero en el corazón de todos seguirás teniendo en forma de gratitud tu propio lugar.
Para finalizar quisiera leer un dicho que me regaló en una ocasión el difunto y ahora mismo hemos escuchado en la impresionante oración de la Señora Riquet. Míos no son los años, que ma ha cogido el tiempo. Míos no son los años, que aún van a venir. El momento es mío y cuido de él, así que lo he hecho mío para el tiempo y la eternidad.